El 9N y el duque de Alba

¿Actuó apropiadamente el presidente del Gobierno frente a la desobediencia de los nacionalistas catalanes? No han faltado voces críticas que piden la adopción de medidas rigurosas. Tampoco, los clásicos movimientos de los aparatchiks de tercera, cuya única ocurrencia es segar la hierba debajo de quienes tiene la responsabilidad en estos difíciles momentos, propiciando un desunión tonta.

Para explicar mi posición, tengo que echar mano de una historia bien conocida en Portugal y menos en España. El joven rey de Portugal, don Sebastián, 19 años, sobrino de Felipe II, quiere organizar un expedición militar contra el sultán de Marruecos y necesita la ayuda del augusto tío. Cuando expone sus planes en el monasterio de Guadalupe, el duque de Alba se expresa en contra tildándolos de aventura suicida.

Don Sebastián, místico e hijo de su tiempo caballeresco, se gira despectivo hacia el temible militar y le espeta:

—Señor duque de Alba, dígame, ¿de qué color es el miedo?

Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba de Tormes, sin perder la compostura, con voz queda que todos oyen, responde:

—Del color de la prudencia, mi señor.

Felipe II aceptó finalmente el plan descabellado e hizo acompañar a don Sebastián de la flor y nata de la nobleza española, para protegerlo. El ejército de don Sebastián desapareció completamente en Alcazarquivir. Recomiendo la descripción que de la batalla hace mi querida amiga Magdalena Guilló en «Un sambenito para el señor Santiago». Por cierto, Arias Montano también trató de disuadir al rey portugués.

Don Sebastián es hoy la leyenda de un mesías que habrá de regresar para devolver a Portugal la gloria de antaño. Años después de su desaparición, el duque de Alba conquistaría Portugal para su rey tras una breve campaña.

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Keep calm and play democrático (and uncorrupted)

Ukeep-calm-and-play-democratico-1na encuesta, de esas que se hacen en la cafetería de la redacción, ha puesto de los nervios a los dos grandes partidos políticos y en particular al Partido Popular. Que bastante tenía ya con comerse los marrones sucesivos de la crisis, el rescate, la corrupción primera entrega, los territorios levantiscos y, en general, de todas las calamidades derivadas del fin del ciclo de la Constitución de 1978.

Que no cunda el pánico, que nos arriesgamos a zamparnos ocho años más de zapaterato hípster, a manos de un front pop (¡En Europa los populistas han salido de extrema derecha!). Que no cunda el pánico y curémonos de espantos.

Nuestra historia —es la Transición, estúpidos— tiene la solución: harakiri (o seppuku según se mire) y democracia. «Nadie es imprescindible en democracia», es una de mis frases favoritas. ¿Democracia?, claro. Basta de lamentaciones, súplicas de perdón y promesas de cambios legislativos. ¡Los senadores de la Restauración ya hacían la declaración de bienes! Lo que hace falta es acabar con la arrogancia y la impunidad, haciendo que los políticos respondan verdaderamente ante los ciudadanos y su destino dependa de estos y no de la estrategia de las cúpulas de los partidos.

¿A qué esperamos?