Como el año pasado, dejo otro cuento de los que escribí, torpemente, para que mis hijos pequeñitos se durmieran mejor por la noche. Feliz Navidad.
Cocoliso pidió en cierta ocasión una galleta a su madre y esta no se la quiso dar, porque faltaba poco para la comida y el niño no comería nada. Cocoliso se enfadó muchísimo y dijo:
—Pues ahora voy por la aspiradora y destruyo el mundo.
Entonces fue al cuchichón, que es como llaman en su pueblo al hueco de la escalera para guardar escobas y eso, cogió una aspiradora inglesa muy buena y salió a la calle con ella.
Cocoliso se puso aspirar concienzudamente todas las cosas que encontró a su alrededor. Empezó por las flores del jardín, los maceteros y el manzano. Aspiró todo el césped y la cancela que daba a la acera. Luego salió a la calle y siguió con la acera, los coches que estaban aparcados y la abuelita vecina, que siempre le hacía cucamonas. Después pasó el autobús del centro y lo aspiró también con el conductor, que era muy gordo y casi atasca el instrumento de su venganza.
Aspiró los coches, el asfalto, el semáforo. Luego se fue al centro y aspiró el ayuntamiento, los bancos, las tiendas, las hamburgueserías y la iglesia con el cura agarrado al campanario, que tremolaba como un banderín pirata y gritaba:
—¡Ooooooooooooooooooooooh!
A la hora de la comida, Cocoliso había aspirado ya todo el país y se aplicaba con denuedo a la arena de la playa. A continuación succionó el Océano Atlántico con todos sus besugos, sus petroleros y sus ballenas, que no fueron fáciles de acomodar en el depósito, como había sucedido con el chófer del autobús.
Y así continuó hasta la hora de la merienda, en que llegaron a verle unos señores muy preocupados, que decían ser los mandos del mundo, según un quinto que pasaba por el lugar.
Los señores le pidieron que dejase de aspirar. Cocoliso contestó:
—¡Quiero una galleta!
Su madre repuso:
—Una galleta ni hablar, que es casi la hora de la cena.
Los mandos del mundo se arrodillaron ante la madre de Cocoliso y le suplicaron con lágrimas en los ojos:
—Por favor, señora dele la galleta.
La madre del niño, un poco harta de aquéllos señores tan pegajosos, dijo:
—Está bien; toma una galleta, pesado.
Cocoliso se quedó muy contento por haberse salido con la suya y abrió el depósito de la aspiradora. Entonces empezaron a salir todas las cosas en desorden: el semáforo se quedó donde los rosales; la abuelita apareció conduciendo el autobús; la playa en el asfalto y los besugos en el ayuntamiento.
Los mandos mundiales se comprometieron a ordenar aquello, pero rogaron a Cocoliso que utilizara su aspiradora para luchar contra los malos, que había varios, a cambio de todas las galletas que quisiera. Cocoliso aceptó.
Muy contento se fue donde el tesoro que los malos querían robar y allí los pilló a todos con las manos en la pasta. Así que aspiró de uno en uno a los grandes y en grupo a los más pequeños. Cuando acabó con todos, se dijo:
—Pero aún faltan los malos que nos quieren robar la ropa. —Y fue contra ellos y los aspiró por el mismo procedimiento.
Según cuenta Cocoliso, los malos se convirtieron en huesos con los que se construyó una casa muy grande, que no sirve para nada, pero ahí está para quien quiera verla… y para meter a los malos cuando se estropee la aspiradora.