puntoycoma: traductores de primera generación

Reproduzco a continuación, un artículo publicado en el número 170 de puntoycoma, con motivo del 30 aniversario de este boletín. El tiempo pasa rápido y uno se pregunta qué es lo que ha hecho durante su transcurso. Pues bien, yo dediqué quince años a puntoycoma, que ahora, gracias a esta colaboración, recuerdo que fueron…inolvidables. El artículo puede consultarse en https://ec.europa.eu/translation/spanish/magazine/documents/pyc_170_es.pdf

——————————————————————————————————————-Según los historiadores, cada treinta años toma el relevo una nueva generación. Con este número, puntoycoma se sitúa pues en la raya entre la primera generación de traductores de español que llegó a las instituciones europeas y la de quienes los van sustituyendo poco a poco.

Los nuevos traductores son todos nativos digitales y aborígenes europeos. Para ellos, la nube, las memorias de traducción o la traducción automática son herramientas de lo cotidiano y Europa, una realidad que actúa de consuno para comprar vacunas o comunitarizar la deuda. Para los que llegamos hace ya treinta y cinco años (y para los primigenios, que lo hicieron un año o dos antes por mor de la traducción del Derecho derivado), recibir un dictáfono era como si nos impusieran una espada Jedi, la nube se habitaba y Europa era sobre todo deslumbramiento.

En cierto modo, el primer puntoycoma es fruto de ese deslumbramiento. Isabel López Fraguas me dijo que alguien se acordaba de haberme visto in illo tempore transportando un fardo de ejemplares. Yo es exactamente la imagen que tengo: tal vez Luis González o Tina Salvà, agarrados a un montón de ejemplares de puntoycoma, caminando apresurados, como clandestinamente, dejando al pasar un revuelo de hojas de ciclostil que aterrizaban mansamente en el suelo, fertilizando ese futuro deslumbrante que íbamos a escribir.

En efecto, puntoycoma era un poco clandestino y encajaba difícilmente en la descripción de tareas del traductor, a saber: traducción, revisión, terminología. Poco más. Nunca tuvo apoyo formal fuera de las unidades de traducción de lengua española. Solo italianos y portugueses hacían algo similar ((Inter@lia y a folha), y el resto nos miraba con indiferencia o incluso desconfianza. Por cierto, que lo mismo podría predicarse del Systran «español» y el visionario «Tam Tam», un sistema de postedición de la traducción automática. Como se ve, los españoles habíamos venido con espíritu innovador y puntoycoma no era sino otra de sus manifestaciones.

Clandestinidad e innovación definen bien los primeros pasos de puntoycoma. Basta con ver los primeros números: confeccionados con un primoroso corta y pega, digno del bar de cualquier facultad de letras. En cuanto a la innovación, puntoycoma es un ejemplo de transición digital avant la lettre: en primer lugar, decidimos crear una maqueta en WordPerfect, programa de tratamiento de texto, por cierto, por el que algunos traductores estaban dispuestos a cortarse las venas cuando se anunció la migración a Word. Con aquella decisión, los ejemplares podían imprimirse directamente desde el ordenador.

Con la posterior generalización del correo electrónico, se pudo empezar la difusión del boletín por e-mail. Algunos años después, el advenimiento y triunfo de la WWW (en español MMM, como se defendió en el número 43 de puntoycoma) arrojó el boletín al «Aleph» internetiano, con sus índices, sus buscadores y una capacidad de replicación casi infinita. No se limitaba este afán tecnológico a la producción del boletín: las reuniones del comité de redacción se han celebrado por videoconferencia prácticamente desde el principio, o telemáticamente, como se dice ahora en España. De este modo, se salvaba el escollo de la doble sede y los encuentros físicos se relegaban a un encuentro anual en las Ardenas, convenientemente ahumados por el charuto de un conspicuo miembro del comité.

La nueva maqueta puede apreciarse ya desde el número 5 y con ella se planteó una serie de problemas «políticos»: ¿Era puntoycoma un boletín de traducción o solo de terminología, o las dos cosas? ¿Era de todas las instituciones o solo de la Comisión? ¿Las normas de «obligado cumplimiento» eran de verdadero cumplimiento? ¿De dónde procedía el poder normativo del comité de redacción? Las cosas fueron asentándose con el tiempo hasta adquirir puntoycoma el carácter integrador que hoy ostenta y ganar su influencia por vía de la reputación.

El número 5 ya incluye secciones míticas como «Cabos sueltos», «Colaboraciones» o «Reseñas», que han sobrevivido al paso del tiempo. Otras tuvieron menos fortuna, como «Se busca», una tentativa original pero infructuosa de compartir los hallazgos terminológicos personales. «Rincón poético» fue flor de un día y con él la tentativa de dar un tono más acratón o incluso jocoso al boletín fracasó, tal vez porque el tono general ya era ligero y desenfadado (véase el uso de expresiones atroces como «huevomáster», «soluciones masturbatorias», etc.).

Creo que el número 5 representa, si se me permite la exageración, el momento hamiltoniano del puntoycoma brillantemente ideado por Luis González y Eugenio Rivière. Ese momento se concretó en la sede de Luxemburgo. Por razones que nunca entendí bien, el gran Xavier Valeri, a la sazón flamante coordinador lingüístico de lengua española, se quedó compuesto y con un comité de redacción del que desertaban la mayoría de los miembros bruselenses. Pero el puntoycoma volvía con la voluntad de publicar una vez al mes. Corría el venturoso año de 1992.

puntoycoma es, claro, una realización con nombres propios. Me gustaría citar los de todos los que contribuyeron, pero olvidar solo uno sería un grandísimo desacato. Así que me limitaré a los que ya no están. Bueno, de los que yo tengo noticia. En primer lugar, el querido e inolvidable Fernando del Mazo Unamuno, cuya única contribución se fraguó en la sección «Buzón» del número 9, remitida con el sobrenombre de PONTIFEX MAXIMVX y en la que se ponía como chupa de dómine a todo el personal por la falta de rigor del boletín. No le faltaba razón, pero justamente, una de las dialécticas irresueltas de puntoycoma era precisamente la que enfrentaba lo académico a lo desenfadado (véase abajo).

Amadeu Solà era un tipo encantador, germanófilo y futbolero. Un ampurdanés con una visión que yo compartía ampliamente. Sucedió a Valeri como coordinador lingüístico. El presente número está dedicado a él y no voy a extenderme más, pero hay que insistir en su brillante alegato en favor de la traducción de governance/gobernanza. También acuñó en esta colaboración un término que debería estudiarse en las facultades de traducción, «escaqueo perifrástico», y cubrir de ignominia a los traductores que lo practiquen.

Esta contribución de Amadeu daba la puntilla al casticismo traductoril imperante en los albores de la traducción en español en la Comunidad de entonces, en virtud del cual los traductores inventábamos traducciones para huir de los extranjerismos. Traducciones, claro, que nadie entendía más allá de los glosarios de la casa.

Así es como recuerdo el origen de puntoycoma, pyc, debatiéndose entre el desenfado y el academicismo, entre el casticismo y la apertura. Una historia española. Al releer algunos de los artículos para escribir estas líneas redescubro la enorme calidad, inteligencia y pasión que desprende cada uno de ellos, recuerdo los rostros juveniles de sus autores, y me siento lleno de orgullo por haber participado en los desvelos de esta primera generación de traductores de lengua española en la UE. Estoy seguro de que los nuevos traductores encontrarán provecho en ello y de nuevo se podrá decir que las palabras no caen en el vacío.

La Traducción pudo salvar al mundo

Sonámbulos¿Qué pasaría si en el Parlamento Europeo todo el mundo hablase en su lengua y nadie entendiese la de los otros? ¿Si las instituciones de la UE dictaran solo en inglés o alemán las normas que han de aplicar los ciudadanos españoles, en cuyo defecto podrían ser multados? ¿Si la Comisión publicara sus documentos de orientación política exclusivamente en inglés, de modo que solo una minoría ilustrada tuviera conocimiento de ellos?

Aunque parezca extraordinario, la Historia de Europa nos ofrece un caso similar. Nos lo cuenta Christopher Clark en su libro «Sonámbulos», cuyo subtítulo es: «Cómo Europa fue a la guerra en 1914». En efecto, el imperio austro-húngaro tenía dos parlamentos, el húngaro y el de la región conocida como Cisleitania, que carecía de lengua propia a diferencia del primero. En el Parlamento de Cisleitania podía hablarse alemán, checo, polaco, rutenio, croata, serbio, esloveno, italiano, rumano y…¡ ruso! Sin embargo no había interpretación ni medios para conocer o archivar el contenido de los discurso que no se pronunciasen en alemán.

El filibusterismo lingüístico, es decir, pronunciar discursos en lenguas conocidas solo por un puñado de diputados, permitía bloquear las iniciativas legislativas. Así no se podía saber si el discurso contenía enmiendas a las leyes o la lista de la compra del  diputado. Los conflictos nacionalistas paralizaron la actividad legislativa y el parlamento fue disuelto en varias ocasiones hasta el comienzo de la 1ª Guerra Mundial.

En  el curso de mi vida profesional he tenido que oír en muchas ocasiones críticas contra el régimen de multilingüismo que se practica en las instituciones de la Unión Europea. En virtud de este, las lenguas oficiales de los Estados miembros son iguales entre sí —como los ciudadanos de la Unión Europea—. Por tanto, se traduce a dichas lenguas las normas y reglamentaciones que entrañan una obligación jurídica, se ofrece interpretación a los miembros de las asambleas y delegaciones para que puedan expresarse en su idioma y entender lo que otros dicen, y así permitir el funcionamiento de las instituciones. Los padres fundadores de la Unión Europea entendieron el problema y consagraron la primera «ley» de la UE al régimen lingüístico.

Las citadas críticas se refieren a los costes del multilingüismo y se apoyan en una visión tecnocrática, en cuya virtud para que las instituciones europeas funcionen bastaría con utilizar el inglés o dos o tres lenguas de trabajo.

La tesis de «Sonámbulos» es que, aunque la guerra era posible a principios de 1914, se pudo haber evitado si no se hubiesen concatenado una serie de elementos hasta formar la tormenta perfecta. Por el ejemplo, el nacionalismo, la incompetencia de los diplomáticos o la disfuncionalidad de las instituciones, como en el caso del Parlamento de Cisleitania.

Europeos contra el terrorismo

Manifestación de «Europeos contra el terrorismo»,  tras el asesinato del juez Luis Portero, ante el edificio Jean Monnet de la Comisión Europea.

Manifestación de «Europeos contra el terrorismo», tras el asesinato del juez Luis Portero, ante el edificio Jean Monnet de la Comisión Europea.

«En la actualidad, muchos ciudadanos del País Vasco sufren la limitación de sus libertades más elementales: no pueden decir lo que piensan o ejercer sus derechos sin asumir graves riesgos personales. La mayoría de estas personas no son nacionalistas y se han opuesto a las pretensiones de ETA.»

Así comenzaba el manifiesto de «Europeos contra el terrorismo» escrito en Luxemburgo en 2000, año el que todavía la banda asesinó a 23 personas. «Europeos contra el terrorismo» fue muy activo en la deslegitimación del terrorismo en las instituciones europeas. «Europeos» se concentraba silenciosamente, cuando había atentados de la ETA, ante la sede de la Comisión Europea en Luxemburgo. Su mayor éxito fue la conferencia de Jon Juaristi en el Parlamento Europeo, presentada por el presidente de la Comisión Europea, Jacques Santer, que reunió a cerca de 500 personas de todos los puntos de Europa.

Ahora que los asesinos salen de las cárceles, gracias a la generosidad de nuestro sistema político —tan difícil de explicar a veces—, conviene recordar que España los ha vencido. Que la victoria se debió a la movilización total de los ciudadanos. Conviene recordar que los españoles salieron en defensa de las libertades y los derechos más fundamentales. Conviene recodar, en fin, que el nacionalismo aún está ahí.