Bajo la bandera de las doce estrellas

ucrania«En el momento en que tantos ciudadanos de la UE han dejado de creer en las ventajas de la Unión, en Kiev, por primera vez en la Historia, han muerto hombres y mujeres enarbolando la bandera europea.» Es lo que dice hoy, 24 de febrero de 2014, la directora de «Le Soir», Béatrice Delvaux. La Unión Europea no ha abandonado a Ucrania. La semana pasada, Catherine Aston, la Alta Representante de la Unión Europea, reunió de urgencia a los ministros de exteriores y envió a Kiev al polaco Radoslaw Sikorsky, la estrella emergente de la diplomacia europea, para muñir un acuerdo que ha parado el baño de sangre, esperemos que definitivamente.

La Comunidad Económica Europea, la CECA, EURATOM nacieron para sellar un pacto de paz entre las naciones europeas después de guerras devastadoras. La Comunidad Europea dio apoyo económico para estabilizar a las nacientes democracias del sur. Más tarde, la Unión Europea se ha abierto a las nuevas democracias del Este, liberadas del yugo soviético. El acuerdo de asociación con Ucrania, que está en el origen de la crisis, es la puerta de entrada de este país a la UE.

Paz, solidaridad, prosperidad y democracia son las claves de la «narrativa» de la Unión Europea. Son las armas de ese soft power, esa «potencia blanda», que es la Unión Europea, que no necesita de ejércitos para extender sus fronteras. Por cierto, algunos quieren reescribir la «narrativa» de la UE porque los ciudadanos se alejan de un proyecto que les resulta lejano y no entienden. De nuevo, quieren  hacerlo de arriba a abajo. Es un  error. Dejemos que los ciudadanos escriban la nueva narrativa de Europa.

Pero recordémosles que la paz, la solidaridad, la prosperidad y la democracia son todavía  objetivos inalcanzables para muchos países del mundo y nosotros las damos por descontado. Cuando algunos quieren aprovechar el desencanto causado por la crisis para cuestionar la esencia misma de la Unión Europea, Ucrania nos dice que vale la pena morir por esos objetivos.

Un mensaje trágico, aunque oportuno, sobre la importancia crucial de las próximas elecciones europeas.

Las expulsiones de Bélgica y el referéndum suizo

flagge-schweizLas expulsiones de ciudadanos españoles en Bélgica han abierto un nuevo frente de la guerra sucia por el voto exterior. En esta guerra, por encima de la búsqueda de soluciones para las personas, se politizan los problemas tratando de obtener réditos electorales y, peor aún, se introducen mensajes populistas, extremadamente corrosivos, que perjudican a quienes vivimos en el exterior.

Aireado por algunos medios de comunicación, el mensaje populista es en este caso que el principio de la libre circulación de personas, un derecho fundamental establecido por la Unión Europea, no vale para nada, no protege a los emigrantes, puesto que la UE no sería más que una construcción para favorecer a quienes tienen dinero. El reciente referéndum suizo, en virtud de cuyo resultado la Confederación denunciará los acuerdos de libre circulación con la UE, pone la cuestión en sus justos términos, como se verá más adelante.

Pero antes quiero ilustrar como se está fraguando este mensaje populista, comentado un reciente programa de Antena 3, Espacio Público, donde intervino el diputado de Izquierda Unida, Alberto Garzón, quien se hizo portavoz del mensaje de la «hipocresía de la Unión Europea». Garzón negó la existencia de una política social europea o incluso una política común de inmigración. La intervención de una asistente social de la activísima y meritoria asociación Hispano-Belga asbl, financiada por organismos y administraciones belgas, desbarató involuntariamente la estrategia política de «Espacio Público», explicando que en muchas ocasiones se abusa del sistema belga de protección social, que todavía hay trabajo para quien quiera trabajar y que se atiende a los casos más graves.

No obstante, la clave del debate es el referéndum suizo: se acabó el instalarse libremente en Suiza, derecho que había exigido la UE para compartir otras libertades con los suizos, como la libre circulación de mercancías y capitales. Vuelven los contingentes, el numerus clausus para entrar el país, los controles humillantes en las fronteras.  Peor aún, desaparece la posibilidad de hacer valer tus derechos sociales frente a una jurisdicción independiente: el Tribunal de Justicia de la Unión Europea.  Peor aún: un telediario dela BBC abrió el día del referéndum anunciado que «Suiza se atreve a hacer lo que muchos otros países quieren hacer…»

En estas difíciles circunstancias me parece que, en lugar de hacer demagogia a costa del sufrimiento de las personas, es preciso defender en Europa la ciudadanía europea y la libertad de circulación y residencia sin discriminaciones. La libertad de circulación es un derecho fundamental de la UE y, como tal, habrá de exigirse a las instituciones europeas que la apliquen efectivamente e interpreten sus disposiciones de modo proporcionado y flexible, teniendo en cuenta la situación de crisis que vive Europa. La ciudadanía europea y la libertad de circulación no son negociables.

 

Europeas: ¡No te castigues con tu voto de castigo!

Esta vez es distinto. La elecciones europeas de 2014 revisten una enorme importancia. Está en juego la estabilidad del Parlamento Europeo, amenazada por el desencanto ciudadano y la emergencia de partidos populistas y formaciones filibusteras. Sin embargo, El Parlamento Europeo tiene ahora más poder que nunca y su contribución a la consolidación del euro y de la construcción europea es fundamental.

El Parlamento Europeo tiene también poder de decisión en materias que van desde la agricultura, el comercio, el medio ambiente, la cohesión regional, el mercado interior, al euro y muchas más. La actividad de la Unión Europea afecta a un 70 por ciento de las leyes y reglamentaciones españolas.  La Unión Europea no es un lugar lejano, dominado por unos señores lustrosos, vestidos más o menos de negro. Es otra dimensión de España, como sostenía yo en «Bruselas es España«.

Por ello, el voto en las elecciones al Parlamento Europeo exige la misma circunspección y responsabilidad que en las elecciones a Cortes en España. Menudean en estos tiempos partidos que surgen por el narcisismo de sus impulsores, que quieren aprovechar la situación de crisis en beneficio propio, o que simplemente, por xenófobos, quieren erigir barreras entre los países o desguazar la construcción europea. Unas elecciones sin significado invitarían a los ciudadanos a expresar su decepción votando a estos partidos, sin preocuparse por las consecuencias de su voto.

Sin embargo, un Parlamento Europeo inestable o antieuropeo, valga la contradicción, no sería amistoso con usted, receptor de las ayudas agrícolas que le dejan subsistir, o con su pueblo, que financia con los fondos europeos de solidaridad regional esa carretera vital, o con su primo que salió de España para trabajar en Europa sin discriminaciones, como los trabajadores del país que le acogió. Un Parlamento Europeo inestable o antieuropeo sería indiferente ante los obstáculos que su empresa sufra si quiere salir afuera a pelear por las oportunidades que la crisis le niega. Un Parlamento Europeo así sería indiferente ante la crisis de su país y bloquearía la solidaridad europea que ha impedido la bancarrota de tantos Estados miembros. Un Parlamento Europeo así sería impotente frente a las tensiones que dañan el principio de la integridad territorial, básico para salvaguardar la paz en Europa.

A los partidos que creen en Europa no les sobra tiempo para explicar lo que está en juego, pero aún pueden mostrar su credibilidad enviando a Bruselas gente comprometida con Europa y con las competencias adecuadas para ejercer su labor en un entorno multilingüe y exigente. Usted tal vez lo tenga más fácil, basta con que no se castigue con su voto de castigo. Y, desde luego, exija resultados.