He tenido el privilegio de participar como alumno en la primera edición del Programa ejecutivo en liderazgo público, organizado por el Centro de Innovación del Sector Público de PriceWaterhouseCoopers (PwC) y el Instituto de Empresa (IE). Vaya por delante mi felicitación a Isabel Linares, directora del centro y Francisco —Paco— Navarro, director académico, por el excelente diseño del programa.
Quienes llevamos muchos años viviendo fuera de España, en Europa, solemos observar nuestro país sumidos en un desorden bipolar que nos hace pasar de la exaltación de la patria a la crítica más acerba. En la fase de depresión, somos un poco como los exiliados liberales del XIX que, doloridos, decían despreciar a España por su incapacidad para equipararse con las naciones más modernas. Sin embargo, creo que salgo de mi experiencia académica curado del trastorno.
Me he encontrado con un claustro de profesores de altísimo nivel, que han sabido transmitir el afán de excelencia que cultiva el IE. Recuerdo, sólo por citar a algunos profesores, la clase de Juan José Güemes, que compartió con nosotros su apuesta visionaria por la innovación en España; José María O’Kean, un profesor «inspirational» que dirían los anglosajones, nos retó a aplicar la nueva cadena de valor de las empresas más competitivas a las administraciones públicas, enfoque que abre un campo vastísimo a la participación de los ciudadanos; en fin, la sesión del gurú español de las redes sociales, Enrique Dans, dejó claro que la revolución 2.0 ha llegado para cambiarlo todo.
No son ajenos a esta «cura» mis compañeros de promoción. Entre ellos se cuentan diputados nacionales y regionales, cargos electos de la administración regional y local, directivos públicos de todos los niveles y algún representante de la empresa privada. Todos me han impresionado por su competencia, su espíritu de servicio público y ese calor humano genuinamente español.
En el programa se han abordado tres bloques principales: la competitividad y la innovación en las empresas y en España, así como la colaboración entre los sectores público y privado; las reformas imprescindibles de la administración pública; y la comunicación en sus diversas vertientes de marketing público, comunicación institucional y opinión publica.
Para no resultar apologético en exceso diré que, como funcionario europeo, creo que sería útil poner estos temas en relación con la Unión Europea. Tendemos a olvidar que la administración pública europea es otro nivel de la administración española (véase Bruselas es España), cuyas decisiones afectan cada vez en mayor medida a las administraciones y ciudadanos españoles. Las instituciones europeas han puesto en práctica ya hace años muchas de las reformas que se han tratado en el Programa y se podría aprender de la experiencia.
He podido apreciar en durante estos meses de estudio que los males de España están diagnosticados; me consta también que existe voluntad política para reformar las administraciones públicas. Los responsables políticos no deben desfallecer, por que el precio que se pagará es muy alto: el atraso irrecuperable de España frente a las naciones más avanzadas. No podemos perder un minuto más y el Programa ejecutivo en liderazgo público es también un oportuno aldabonazo en este sentido.
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