La campaña por mi cuenta (2): Vuelve Zapatero. Qué suerte la nuestra.

Zapaglesias

Salió más bien parecido a «El resplandor» que a Mr Bean. No era mi intención.

Andábase Zapatero casi desaparecido, hasta el punto de que los tertulianos afines ya osaban hacer chanza de quienes veían en el ex presidente la causa de todo mal. Ahora, tras confirmar en la fe socialdemócrata a Pablo Iglesias, éste dice buscar y apreciar el consejo zapateriano. ¡Qué tío, Iglesias, nuestro Godzilla florentino! Esto es como aquello de querer quedarse con el  ministerio de interior y los espías. Pero ¿le saldrá bien la operación esta vez?

Vamos a ver, el auténtico destroyer del PSOE ha sido Zapatero. Mientra sobreviva un solo ciudadano que haya conocido su etapa de gobierno, los socialistas no levantarán cabeza. El pobre de Sánchez nada tiene que ver con ésto. Por otra parte, Zapatero estuvo a punto de hincar de hinojos a España durante la crisis.

De todo esto sigo yo que, sobarle el lomo a Zapatero,  podría salirle a Iglesias por la culata, pues espantaría a los ciudadanos que depositan en Podemos sus esperanzas. Por otra parte, si lo que persigue en verdad Podemos es la implosión del Estado constitucional de 1978, pues entonces el concurso del ex presidente podría constituir el papirotazo que le falta a este para venirse abajo.

Por la participación de los ciudadanos, por el futuro de España

logoContribución a la Conferencia Política 2015 del PP:

Queremos más participación, más democracia. En el Partido Popular de España en Bélgica (PPEB) creemos que la buena política es la que consiste en ampliar el catálogo de derechos y libertades de los ciudadanos. El PP debe emprender este camino, porque es fundamental para el futuro de España que nuestro partido siga contando en la escena política.

España necesita un partido centro-derecha que sea capaz de mantener a nuestra nación en vanguardia de los países más libres y prósperos. En la vigente legislatura, el gobierno del PP ha abordado con abnegación la tarea de sacar a España de la crisis; ha afrontado con discreción el relevo de la monarquía; ha hecho frente con prudencia el desafío de los separatistas catalanes o la amenaza latente de la violencia etarra. Sin embargo, el PP ha sufrido un enorme desgate en todas las elecciones celebradas hasta ahora.

No creemos, en el PPEB, que el problema del PP se deba solo al desgaste de la crisis, a un déficit de comunicación, ni siquiera a los lamentables casos de corrupción. Pensamos que la causa profunda reside en una lectura insuficiente de la crisis de nuestro sistema político.

El sistema de la Constitución de 1978 se concibió en un momento muy específico de la historia de España. Hoy, casi cuarenta años después, España ha cambiado radicalmente: los ciudadanos quieren participar: es preciso revisar las normas que regulan la actividad política en favor de la participación de los ciudadanos.

La participación es particularmente necesaria dentro de los órganos y la estructura del PP. Los afiliados tienen que tener voz en la definición de las políticas y nombramientos del PP. Un partido es más fuerte cuando lo apoyan decenas de miles de ciudadanos, corresponsables de las decisiones de sus líderes. Los partidos no se reforman solo cambiando las caras, sino canalizando la energía y la inteligencia de sus afiliados.

En el exterior, somos particularmente sensibles a este respecto, puesto que se nos ha escamoteado incluso la representación, al limitar la Ley Electoral el voto de los que vivimos fuera. Pero no nos conformamos ya con la supresión del voto rogado. Desearíamos que un día, cuando las circunstancias lo permitan, se establezcan circunscripciones exteriores en las que podamos elegir a los representantes que mejor conozcan los problemas de quienes vivimos fueras.

Queremos pues más participación, más democracia. En el PPEB creemos que la buena política es la que consiste en ampliar el catálogo de derechos y libertades de los ciudadanos. El PP debe emprender este camino, porque es fundamental para el futuro de España que nuestro partido siga contando en la escena política

Keep calm and play democrático (and uncorrupted)

Ukeep-calm-and-play-democratico-1na encuesta, de esas que se hacen en la cafetería de la redacción, ha puesto de los nervios a los dos grandes partidos políticos y en particular al Partido Popular. Que bastante tenía ya con comerse los marrones sucesivos de la crisis, el rescate, la corrupción primera entrega, los territorios levantiscos y, en general, de todas las calamidades derivadas del fin del ciclo de la Constitución de 1978.

Que no cunda el pánico, que nos arriesgamos a zamparnos ocho años más de zapaterato hípster, a manos de un front pop (¡En Europa los populistas han salido de extrema derecha!). Que no cunda el pánico y curémonos de espantos.

Nuestra historia —es la Transición, estúpidos— tiene la solución: harakiri (o seppuku según se mire) y democracia. «Nadie es imprescindible en democracia», es una de mis frases favoritas. ¿Democracia?, claro. Basta de lamentaciones, súplicas de perdón y promesas de cambios legislativos. ¡Los senadores de la Restauración ya hacían la declaración de bienes! Lo que hace falta es acabar con la arrogancia y la impunidad, haciendo que los políticos respondan verdaderamente ante los ciudadanos y su destino dependa de estos y no de la estrategia de las cúpulas de los partidos.

¿A qué esperamos?

Una narrativa para Europa; un relato para la democracia española

españa europaDurante cerca de 40 años la democracia española se ha construido sobre las ideas de la transición de un régimen autoritario a otro democrático, así como de la equiparación política y económica con Europa. Tal ha sido el «relato» con que los españoles hemos justificado mayoritariamente el sistema de la Constitución de 1978, hasta que empezó este a cuartearse por la corrupción, la esclerosis de los partidos políticos y la crisis. Otro discurso agotado es, precisamente, el de la Unión Europea. En este caso, la «narrativa» fundacional (utilizo el anglicismo para variar) propugnaba el fin de las guerras en el continente y el bienestar de sus pueblos. Las recientes elecciones europeas han supuesto el punto de inflexión de este «relato» y también de la «narrativa» de Europa.

Mientras que, a ambos lados de la muga, políticos y comentaristas ofrecen imaginativas soluciones a la crisis de España y de su modelo, desde la «reforma profunda» a la «profunda reforma», impresiona el nuevo discurso de la extrema izquierda en España. Se trata de un relato simplista y demagógico, pero fácil de contar: «La Transición ha sido un enjuague de la casta dominante para perpetuarse, por lo que España no puede considerarse una democracia, como demuestra la crisis, que ha de pagar el pueblo pese a haberse engendrado fundamentalmente por la corrupción de dicha casta». En la intimidad, claro, todo el mundo utiliza ya el término «casta» para referirse al problema de la partitocracia.

En el caso de la Unión Europea, para frenar el desinterés de los ciudadanos por la construcción europea, la Comisión requirió a intelectuales y políticos que reflexionasen sobre una nueva «narrativa» europea. Ha sido esta una iniciativa funcionarial clásica, top-down, de la élites para abajo, que ha pasado completamente desapercibida.

Más atención merece la batalla que el Parlamento Europeo libra desde hace años contra las Estados miembros, que se jactan de ser los únicos depositarios de la legitimidad democrática, para implantar un democracia parlamentaria de ámbito europeo. Las competencias ganadas en el Tratado de Lisboa y el nombramiento de Juncker, el cabeza de lista del partido vencedor en las elecciones, como presidente de la Comisión, son  signos de que un cierto federalismo europeo vuelve al orden del día. Esto lo ha visto muy bien David Cameron, cuya oposición al nombramiento de Juncker no es ni mucho menos incoherente con la postura tradicional británica.

La aspiración de una democracia de ámbito europeo tiene potencial para alumbrar una nueva narrativa de Europa, que entusiasme a los ciudadanos y de respuesta a los populismos rampantes. En cualquier caso, serán los ciudadanos quienes impongan la nueva narrativa europea y no una élite a sueldo.

¿Y en España? El Gobierno del PP ha afrontado con acierto y coraje la crisis económica, imponiendo medidas duras que, pese a todo, muchos ciudadanos han comprendido. Sin embargo, sufre un desgaste electoral enorme, que se suele achacar erróneamente a fallos de comunicación. No se trata solo de errores de comunicación. Falta precisamente un relato que explique a los ciudadanos que su sacrificio tendrá como premio una renovación del sistema político, que lo haga respirable y lo convierta en un mecanismo de generar oportunidades. Solo con una reforma sincera del sistema político habrá futuro para la democracia que echó andar en el 78.  A falta de ella, solo el populismo y la nada.

Constitución, elecciones europeas y españoles en el exterior

Yo tenía 20 años cuando se aprobó la Constitución de 1978. Entonces, nunca dudé de que habría un acuerdo para los nuevos tiempos. Como estudiante bisoño de Historia, había llegado a la conclusión de que las naciones alcanzan el éxito cuando tienen la determinación de conseguirlo. Los españoles de entonces la tenían. El premio era sumarse a las naciones más prósperas y avanzadas, obtener su reconocimiento. Solo hacía falta extraer las enseñanzas del pasado y apostar por la concordia. Dejar de lado los maximalismos. Ceder. Contrariamente a lo que afirman los malos poetas, la Historia de España no es una historia triste, porque los españoles son capaces de alterar su curso cuando es necesario. Es lo que sucedió en 1978.

La Constitución de 1978 tuvo que sufrir desde sus comienzos enormes dificultades. El nuevo sistema político español surgió entre las sucesivas crisis del petróleo y los golpes brutales del terrorismo. Por fortuna, Europa acudió en ayuda de España: la adhesión en 1986 a las Comunidades Europeas dará el espaldarazo al sistema político de la Constitución de 1978, y aportará enormes recursos: cerca de 136 mil millones de euros desde 1986, el equivalente de 22,5 billones de pesetas (véase «Un euroescepticismo incomprensible» de Fernando Pescador).

Si la Unión Europea ha sido decisiva para la estabilidad de nuestro sistema constitucional por la cobertura política y económica que nos ha prestado durante cerca de 30 años, y seguirá prestando ahora en asuntos capitales como el desafío nacionalista, es fundamental que los españoles sean conscientes de lo que se juegan en las elecciones europeas de mayo de 2014. El desinterés y un «euroescepticismo incompresible» podría traducirse en un Parlamento Europeo ingobernable, en manos de partidos filibusteros o populistas, en el momento en que esta institución ha alcanzado un poder considerable.

Las elecciones europeas revisten también el mayor interés para los españoles del exterior. Somos los principales beneficiarios de la Ciudadanía Europea, de las libertades fundamentales de circulación. El peso de los españoles del exterior es el de la cuarta provincia de España. Somos cerca de 1.700.000 electores. En unas elecciones de circunscripción única, podemos ser decisivos. Pese a las limitaciones que la Ley Electoral nos ha impuesto, nuestro voto podría servir para consolidar el proyecto de Europa y el proyecto de España.

En un mundo globalizado en el que la expatriación, la emigración, es un fenómeno en auge, la limitación de los derechos políticos de los españoles que vivimos fuera resulta cuando menos injusta. Nuestra Constitución, que respondía a las necesidades de un momento histórico concreto, evolucionará en cuanto las circunstancias lo permitan para dar respuesta a los problemas de hoy, como la corrupción o la partitocracia. Los españoles lo demandan. Llegado ese momento, habrán de restituirse también los derechos políticos a los españoles del exterior: voto igual y  representación en las Cortes.